Y así, sin darse apenas cuenta, han
pasado dos semanas. Dos semanas en las que solo han intercambiado palabras.
Bueno, palabras... Palabras que contienen opiniones, sentimientos... Las
palabras forman frases, y las frases dicen mucho de las personas. Nacho no
tiene ni idea de cómo es el aspecto físico de Eva y Eva no sabe cómo es Nacho,
pero en dos semanas, saben más el uno del otro de lo que saben muchas de las
personas que les rodean.
Se cuentan cómo les ha ido en sus
respectivos días, hablan de sus aficiones e intereses, juegan haciéndose bromas
privadas en público... Eva siempre omite las partes relacionadas con su vida
familiar, y Nacho piensa que si no habla de su novio, será que no es tan
importante en su vida. Al fin y al cabo, cada noche, pasa varias horas hablando
con él. ¿Dónde está su novio en todo ese tiempo?
Pues en casa, muy cerquita, obnubilado
con algún videojuego, o leyendo algún artículo en internet. Pero eso Nacho no
lo sabe.
Ahora Eva, ya no se queda en el sofá.
Cada noche, antes de conectarse, se va a la cama para poder escribir y leer
tranquilamente. Probó una noche, y como Javi no hizo aprecio, se ha convertido
en costumbre.
Cuando Javi se acuesta, a las dos o las
tres de la mañana, Eva aprovecha su visita al baño para despedirse de Nacho
hasta el día siguiente.
Y mientras tanto, sus vidas siguen. Es
curioso, porque es como si su vida se dividiera en dos. Una, la de siempre: el
trabajo, la casa, la familia, los niños. Otra, en ese pequeño artilugio, que
les espera cada noche. Eva mira el móvil y se pregunta cómo pueden caber tantas
cosas ahí dentro. Se siente muy cerca de Nacho, ha encontrado en él un refugio
en el que esconderse de tanta monotonía. Le parece una persona muy interesante.
Hablando con él, las horas se pasan solas, y aunque él no lo ha vuelto a
insinuar nada parecido a lo que le escribió en aquel primer mensaje, sigue
latente. Ella lo sabe. Y le gusta, aunque la mayoría del tiempo no lo admita.
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