La vida a veces puede resultar muy
monótona. No tienes motivos para quejarte, pero te quejas. Porque cada mañana
te levantas, desayunas, llevas a los niños al colegio, te vas a trabajar,
vuelves, los recoges, comes, los dejas de nuevo con la abuela, vuelves al
trabajo, sales, preparas la cena, la comida del día siguiente... Y te preguntas
dónde queda lo de vivir.
Y eso, si no hay más complicaciones.
Porque cuando no se pone malo uno de los niños, surge una reunión del colegio,
o de la comunidad, o hay que ir al dentista, o a comprar ropa, o lo que sea.
Y aguantar al jefe, que cada día es más
insoportable. Por 950 míseros euros al mes.
Eva quería ser haber sido modista, le
encanta coser y crear diseños. Pero empezó a trabajar en el super para sacarse un dinerillo, y
cuando se quiso dar cuenta, tenía planes de boda y una hipoteca. Y cuando se
volvió a despistar, un hijo. Y en un instante en que miró para otro sitio, ya
tenía dos. Y muchas letras por pagar.
A veces se permite soñar y se imagina en
una boutique, rodeada de adineradas clientas que acuden de forma asidua a su
tienda para ser las primeras en hacerse con sus exclusivos diseños. Luego abre
los ojos y siente como cada día se la come la rutina y la sonrisa que había
asomado a sus labios se desvanece. Y entonces se siente culpable, porque piensa
en Pablo, en Jesús, en Javi. Y se culpa por no sentirse plena teniendo a su
lado a tres personas que la quieren y de las que preocuparse.
Está en la cocina haciendo la cena. Escucha
como una llave gira en la cerradura de la puerta de casa y se oyen esas voces
cantarinas que hacen que momentáneamente desaparezca cualquier sensación
negativa que haya podido tener. Desde ese momento hasta la hora en la que
acuesta a los niños la casa es una auténtica locura, pero contemplar sus
rostros angelicales cuando llega ese momento, apenas dos horas después, hace
que lo demás merezca la pena.
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