Eva no lo sabe, porque no lo ha
analizado nunca, pero esa ilusión que se llevó el amor no se fue sola. El amor
no se va porque sí. El amor se va porque se cansa; se cansa de dar y no
recibir.
Y no, no es culpa del cansancio ni de
las preocupaciones. La vida puede ser dura y estresante, pero las vicisitudes
que atraviesa una pareja unen más si se comparten.
Eva se ha acostumbrado a hacer todo
sola. Decide qué van a comer mañana, cuándo hay que lavar la ropa, cuándo hay
que renovar el armario de los niños. Cuándo toca limpiar los cristales, y
cuándo hay que llamar a la compañía telefónica para que les vuelvan a aplicar
el descuento que otra vez caduca. Controla el saldo del banco y sabe cuándo
pasan el cargo del seguro del hogar, del coche, y de vida. Hace la compra, lava
y plancha la ropa, lleva al día la cartilla de las vacunas de Pablo y Jesús.
Los lleva al médico si se ponen malos y al parque siempre que tiene una tarde
libre. Les ducha cada día y les cuenta un cuento cuando se van a dormir.
Eva y Javi eran unos niños cuando se
conocieron. Iban al colegio juntos, formaban parte del mismo grupo de amigos...
Empezaron saliendo en pandilla y una cosa llevó a la otra. Qué bonito fue su
noviazgo. Javi era tan guapo, tan romántico, y siempre tan pendiente de ella...
Eva quiere a Javi, claro que le quiere,
pero poco queda de aquel amor, de aquella pasión, de cuando una simple caricia
despertaba un deseo que no podían frenar. Ni frenaban. Ahora hacer el amor se
ha convertido en algo rutinario, automático, en algo que hay que hacer cada
equis días, que por cierto, cada vez son más. Mejor, en realidad. Eva casi
nunca tiene ganas, siempre está cansada.
Quiere a Javi, pero empieza a plantearse
que quizá no le quiere de la forma en que le tenía que querer.
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